“Quizás la semilla que aquí siembro no nazca hoy; pero muero seguro de que algún día nacerá. No faltará entonces un buen alma que diga ¡pobre hombre!” Roque Bárcia

lunes, 28 de julio de 2014

LA HIGUERITA, CIEN AÑOS







Antonio Carmona / Pablo Caballero

LA HIGUERITA,
CIEN AÑOS

Roque Bárcia Ediciones
2014



Edita: Roque Bárcia Ediciones
Correo electrónico: roquebarciaediciones@gmail.com
Blog: roquebarciaediciones.blogspot.com
Antonio Carmona / Pablo Caballero
Ilustraciones: Roque Bárcia Ediciones 
I.S.B.N.: En tramitación
Depósito legal:  H 157-2014
Imprime:  Imprenta Isleña C. B.



A Rafael López Ortega, Director del periódico La Higuerita desde 1985


LA HIGUERITA,
CIEN AÑOS
(Prólogo)


“La Higuerita” cierra
Con este titular, recibían los lectores del decano de la prensa de Huelva y su provincia la que debería de ser su última tirada. Esto ocurría allá por el verano de 1985 en Isla Cristina.
“EMOCIONADO ADIOS A NUESTROS LECTORES”
Y con esta cabecera despedía con elegancia, la familia Rubio, la propiedad y dirección del periódico isleño, mantenidas durante setenta años. Atrás quedaban todos los valiosos recursos, materiales y culturales que, durante siete décadas, esta familia había puesto al servicio de la sociedad isleña.
   Tristeza, inmenso dolor, adiós sin acritud, satisfacción por la obra, agradecimiento a los lectores... emocionadas -emocionantes‒ palabras de despedida final, con un poso de amargura.
  También, indiferencia, un sentimiento expresado de soledad y silencio político ante el naufragio inminente, y una pregunta: si mereció la pena, antes del adiós final.
   La respuesta fue dada apenas tres semanas después al pueblo isleño y a sus gobernantes y mantenida durante los treinta años siguientes, hasta hoy, para hacer a LA HIGUERITA, centenaria. Su autor, Rafael López Ortega, isleño, acompañado en el proyecto por un exiguo equipo de colaboradores.
    Cien años atrás, en el verano de 1885, otro isleño, Roque Bárcia Martí, dejaba este mundo, despedido en su postrer viaje con el dolor de Modesto Sánchez Ortiz, también onubense, de Aljaraque, de padres redondeleños. Personajes singulares, que, entre otras actividades, ejercieron el periodismo como redactores y directores de Prensa (*).
   Cuando LA HIGUERITA de 1915 es ya árbol centenario.
   Cuando la clase política, salvo excepciones, sigue siendo indiferente, cuando no destructora de la Cultura.
   Cuando vagos y vividores, enquistados en el poder, son generadores de escándalo, primero; de hastío e indignación de la ciudadanía empobrecida y crispada, después.
   Cuando desde las instituciones, como hace dos siglos, se disfraza el grave panorama social y económico, fomentando hasta el paroxismo el estéril desahogo del pueblo con pólvora, verbenas, romerías, carnavales, ferias, toros y balompié.
   Cuando la ilusión ciudadana de progreso y modernidad en libertad es sepultada por la retrocesión y la obsolescencia decididas desde el poder omnímodo vigilante.
   Cuando el capitalismo de libre mercado es sustituido por la dictadura del capitalismo endiosado y protervo, arquitecto del desequilibrio social, promotor de  la miseria.
   Cuando podemos asomarnos a la cotidianidad secular isleña en LA HIGUERITA ahora digitalizada por ejemplar acuerdo entre partidos, periódico y la Diputación de Huelva.
   Cuando todo esto ocurre, posiblemente ya avanzada la noche, Rafael López Ortega trabaje incansable en la próxima edición de su periódico.
   Posiblemente, ocupe algún tiempo de la madrugada en reflexión sobre la continuidad de su proyecto, iniciado treinta años atrás, y se pregunte –como su antecesor‒ si está mereciendo la pena.
   Posiblemente encuentre el mecenazgo y la comprensión suficientes de su línea editorial, en tiempos difíciles, si no críticos, para los periódicos en papel... posiblemente.
   Nosotros, desde esta editorial, Roque Bárcia Ediciones, así lo queremos.

(*). El lector de este relato podrá encontrar algunos apuntes de sus vidas, vinculadas por la amistad entre sus familias, que esta editorial –Roque Bárcia Ediciones‒ ha recogido y publicado, en el año 2013, con el título de: Roque Bárcia: LUCES RECOBRADAS.


LA HIGUERITA,
CIEN AÑOS

En estas consideraciones y lecturas me encontraba inmerso, en el albor de la madrugada, cuando abatido por la fatiga me entregué a la nada en profunda ensoñación.   Allí me vi rodeado por el infinito silencio de la soledad infinita, suspendido en el vacío sobre el templo del dios del Tiempo, erigido con miles, millones de años, de siglos superpuestos y trabados a modo de grandes bloques de piedra, en imponente arquitectura de muros paralelos y abismales –el pasado y el devenir‒, unidos por la  cadena de eslabones enlazantes del efímero tiempo presente.
   Desaparecía la cálida estrella, aferrando, sin conseguirlo, sus postreras luces en la remota línea del horizonte.
   El éter, en su paleta de azules, se engalanaba por momentos con indescriptibles violetas, mientras un espejo lunar se recreaba pareciendo flotar.
   Caía el negro ropaje de sorprendidas tinieblas ante el imponente plenilunio, descubriendo el claroscuro de una figura humana que, desafiante, se erguía con esfuerzo y cautela, mientras trataba de avanzar con meditados pasos por el estrecho sendero de la cadena del Tiempo.
   Allá, en la lejanía terrenal, una mujer, su gran compañera, su mejor colaboradora, su esposa, en abnegado silencio, en expectante vigilia, en compartida fatiga, esperaba en su Ítaca el regreso del viajero, presta su mano a la caricia del reencuentro, presto el bálsamo aliviador de las secuelas del camino.
   En el cenit de su lucha reestabilizadora contra las leyes de la gravitación universal y de la física de fluidos, de la caída al vacío y del empuje de los  vientos, de la fría indiferencia y la miserable coacción, invocaba, ante tantas tribulaciones, al buen Dios para darle fuerza a sus fatigados pies y concentración a su mente saturada de preocupación, y así poder proseguir por la movediza senda periodística.
   Alguien pareció escucharle, pues un viento, a la par cálido y estimulante, suave pero firme, estabilizador y reconfortante, le impulsaba en su camino, trayéndole, con un lenguaje muy próximo, la voz cultivada y amistosa de  dos siluetas en la lejanía.
   Desaparecidos el vértigo de su alma y el cansancio del cuerpo, miró hacía el abismo, recreando la vista y el oído, mientras escuchaba una voz entrecortada, algo cascada por la edad y el infortunio, de alguien que pareciese estar a su vez escribiendo éstas sus palabras:
En la parte mas meridional de nuestro país, rayando con los Algarbes de Portugal, enfrente de la Isla de San Bruno, casi rodeada por un brazo del Océano Atlántico, como una roca que se deja ver en medio del mar, existe hoy una Colonia que fundaron en el siglo pasado varios comerciantes catalanes. Por un milagro de la industria, de la diligencia y del deseo del hombre, al lodo sucede la tierra, la marisma se torna en piso firme, y sobre aquellos incultos terraplenes casi al nivel del mar, se levantan algunas casas de negociantes y varias chozas de pescadores. Arriba, cielo; abajo, agua salada; agua salada alrededor; agua salada por todas partes. El agua salada es su campo; las playas son sus bosques; los arenales, sus praderas; las redes, sus arados; la pesca, su mies. Ese mar inmenso y solitario; ese mar grandioso y solemne, ese Océano prodigioso, esa sublime y asombrosa creación de Dios, es toda la herencia de los hombres que habitan esas casas y esas chozas. Al pie de las borrascas nacen; al pie de las borrascas mueren; el huracán que mueve la cuna del niño, azota el sepulcro del anciano. (Roque Bárcia)
   El caminante identificó desde la altura el lugar descrito como el suyo de nacimiento, no sin alguna dificultad por la escasez de luz y las heridas infringidas por el desarrollismo a la naturaleza primigenia.
   Mientras trataba de identificar con cierta nostalgia los primeros espacios de su infancia, en otra ráfaga de viento ‒compensador de las fuertes rachas desestabilizadoras, que desde algún teléfono prepotente de algún fontanero de algún oscuro despacho político, le habían azotado recientemente durante su recorrido‒ viajaba otra voz, menos cargada en años que la anterior, con cercano acento y también cultivada expresión, pareciendo  dirigirse a él en el espacio inconmensurable:
Yo quiero una Prensa verdaderamente, absolutamente, constantemente independiente de la miseria y de la codicia; que, sin olvidarse de que es oficio, tenga siempre presente por convicción honda y sin miedo á la chacota de los necios, que es magisterio y sacerdocio; que sin olvidarse de que es empresa industrial privada, recuerde constantemente que es obra moral pública de nuestra nación, de nuestra España.
En la acción de  la Prensa pongo mi esperanza. (Modesto Sánchez)
   El caminante, reconfortado por tan prodigioso encuentro,  con paso firme y decidido, afrontaba aliviado los últimos eslabones de la cadena del Tiempo, para vislumbrar el último de los primeros cien años de LA HIGUERITA.



LA HIGUERITA,
CIEN AÑOS
(Epílogo)
Treinta años al frente de un periódico es un referente excepcional de equilibrio y tenacidad.
   Treinta líneas también ‒ni una más, ni una menos‒, entresacadas de la obra de dos ilustres autores y colegas suyos ‒Roque Bárcia y Modesto Sánchez‒ como símbolo de apoyo y acompañamiento a su director en un relato surrealista.
   Realidad, fantasía, sueño, vigilia, ¿que más da?: vemos lo que soñamos y soñamos lo que no vemos.   
   Treinta palabras, pues,  para concluirlo: vehículo de expresión del reconocimiento a Rafael López Ortega y a todos los colaboradores que creyeron en su proyecto y lo acompañaron o acompañan en su viaje hacia lo desconocido.
    Y el brindis final, conmemorativo, traído desde las islas afortunadas a esta otra que sueña para serlo.    
                                   Antonio Carmona / Pablo Caballero

Brindo
Brindo por el periodismo
que se ejerce sin dobleces
que no se vende a intereses
y es siempre fiel a sí mismo.
Brindo por el heroísmo
del periodista que hostiga
la corrupción, la intriga,
el dolor o  la maldad
y que cuenta la verdad,
aunque duela que la diga.

Brindo por quien
día a día trabaja
pero en la sombra,
por esos que nadie nombra
por que sin ellos, ¡qué habría!
Los que tienen nombradía
suelen alcanzar honores
pero estos trabajadores
no tienen más recompensa
que ver que llega la prensa
a manos de sus lectores.

Y brindo por el lector
a la prensa diaria fiel
por él que lee el papel
o enciende el ordenador
por el que tiene el rigor
de cribar la letra impresa
por aquel que se interesa
en juntar varias versiones
para sacar opiniones maduras
en su cabeza.

Y brindo por esta tierra
por su paisaje y su gente
y por la prensa que cuente
lo bueno y malo que encierra.
Por la humanidad que yerra
si se entrega a la avaricia
pero que tras la justicia
hallará el rumbo, seguro.
Y brindo porque el futuro
sea una buena noticia.
             Yeray Rodríguez


Este relato, se terminó de imprimir en Julio de 2014, en conmemoración del centenario del periódico LA HIGUERITA, decano de la prensa onubense.